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  • Ellen G. White

#51 Las ciudades — 1 de 3

Los constructores de la ciudad original

Al recibir la maldición de Dios, Caín se había retirado de la familia de sus padres. Había escogido primeramente el oficio de labrador, y luego fundó una ciudad, a la cual dio el nombre de su hijo mayor. Génesis 4:17. Se había retirado de la presencia del Señor, desechando la promesa del Edén restaurado, para buscar riquezas y placer en la tierra maldita por el pecado, y así se había destacado como caudillo de la gran multitud que adora al dios de este mundo.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 67 (1890). {EUD 95.1}


Durante algún tiempo los descendientes de Noé continuaron habitando en las montañas donde el arca se había detenido. A medida que se multiplicaron, la apostasía no tardó en causar división entre ellos. Los que deseaban olvidar a su Creador y desechar las restricciones de su ley, tenían por constante molestia las enseñanzas y el ejemplo de sus piadosos compañeros; y después de un tiempo decidieron separarse de los que adoraban a Dios. Para lograr su fin, emigraron a la llanura de Sinar, que estaba a orillas del río Éufrates [...]. {EUD 95.2}


Decidieron construir allí una ciudad, y en ella una torre de tan estupenda altura que fuera la maravilla del mundo. Génesis 11:2-4.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 111-112 (1890). {EUD 96.1}


Las ciudades son semilleros de vicio

La persecución de los placeres y las diversiones se centraliza en las ciudades. Muchos padres que se establecen en la ciudad con sus hijos, pensando darles mayores ventajas, se desilusionan, y demasiado tarde se arrepienten de su terrible error. Las ciudades de nuestros días se están volviendo rápidamente como Sodoma y Gomorra. Los muchos días feriados estimulan la holgazanería. Los deportes excitantes—el asistir a los teatros,* las carreras de caballos, los juegos de azar, el beber licores y las jaranas—estimulan todas las pasiones a una actividad intensa. La juventud es arrastrada por la corriente popular.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 35 (1900). {EUD 96.2}


Me ha sido mostrado que las ciudades se llenarán de confusión y crímenes; y que todas estas cosas aumentarán hasta el fin de la historia del mundo.—Joyas de los Testimonios 3:115 (1902). {EUD 96.3}


En el mundo entero, las ciudades se vuelven semilleros del vicio. Por doquiera se ve y oye el mal. En todas partes se encuentran incentivos a la sensualidad y a la disipación.—El Ministerio de Curación, 281 (1905). {EUD 96.4}


Descienden juicios sobre las ciudades

Terribles conmociones vendrán sobre la tierra, y los palacios señoriales levantados a gran costo se convertirán ciertamente en montones de ruinas.—Manuscript Releases 3:312 (1891). {EUD 96.5}


Cuando la mano restrictiva de Dios se retire, el destructor comenzará su trabajo. Entonces ocurrirán en nuestras ciudades las mayores calamidades.—Manuscript Releases 3:314 (1897). {EUD 96.6}


El Señor dirige advertencias a los habitantes de la tierra, como en el incendio de Chicago y en los incendios de Melbourne, Londres y la ciudad de Nueva York.—Manuscrito 127, 1897. {EUD 97.1}


El fin está cerca y cada ciudad va a ser trastornada de diferentes maneras. Habrá confusión en cada ciudad. Todo lo que puede ser sacudido lo será, y no sabemos qué pasará luego. Los juicios serán de acuerdo con la maldad de la gente y la luz de verdad que han tenido.—Manuscript Releases 1:248 (1902). {EUD 97.2}


¡Ojalá que el pueblo de Dios tuviera una noción de la destrucción inminente de millares de ciudades, ahora casi [totalmente] entregadas a la idolatría!—El Evangelismo, 26 (1903). {EUD 97.3}


Falta poco para que las grandes ciudades sean barridas, de manera que todos deben ser amonestados acerca de la inminencia de estas calamidades.—El Evangelismo, 26 (1910). {EUD 97.4}


Edificios a prueba de catástrofes se convertirán en ceniza

He visto las más costosas estructuras de edificios construidos supuestamente a prueba de fuego, pero así como Sodoma pereció en las llamas de la venganza divina, así estas orgullosas estructuras se convertirán en ceniza [...]. Los deleitables monumentos de la grandeza de los hombres se harán polvo aun antes que venga la última gran destrucción sobre el mundo.—Mensajes Selectos 3:478-479 (1901). {EUD 97.5}


Dios está retirando su Espíritu de las ciudades impías, que han llegado a ser semejantes a las del mundo antediluviano y a Sodoma y Gomorra [...]. Las costosas mansiones, maravillas arquitectónicas, serán destruidas sin previo aviso cuando el Señor vea que sus ocupantes han traspasado los límites del perdón. La destrucción causada por el fuego en los imponentes edificios que se suponen son a prueba de incendios, es una ilustración de cómo, en un momento, los edificios de la tierra caerán en ruinas.—Cada Día con Dios, 152 (1902). {EUD 97.6}


Los hombres continuarán levantando costosos edificios que valen millones; se dará especial atención a su belleza arquitectónica y a la firmeza y solidez con que son construidos. Pero el Señor me ha hecho saber que pesar de su insólita fineza y su costosa impotencia esos edificios correrán la misma suerte del templo da Jerusalén.—Comentario Bíblico Adventista 5:1074 (1906). {EUD 97.7}


La ciudad de Nueva York

Dios no ha ejecutado su ira sin misericordia. Todavía se extiende su mano. Debe darse su mensaje en el Gran Nueva York. La gente debe ver cómo Dios, por un toque de su mano, puede destruir las propiedades que han reunido para enfrentar el último gran día.—Manuscript Releases 3:310-311 (1902). {EUD 98.1}


No tengo luz en particular respecto a lo que viene sobre Nueva York; solo sé que un día los grandes edificios serán derribados por el poder trastornador de Dios [...]. La muerte llegará a todas partes. Esta es la razón por la cual me siento tan ansiosa de que nuestras ciudades sean amonestadas.—The Review and Herald, 5 de julio de 1906. {EUD 98.2}


Estando en Nueva York en cierta ocasión, se me hizo contemplar una noche los edificios que, piso tras piso, se elevaban hacia el cielo. Esos inmuebles que eran la gloria de sus propietarios y constructores eran garantizados incombustibles [...]. {EUD 98.3}


La siguiente escena que pasó delante de mí fue una alarma de incendio. Los hombres miraban a esos altos edificios, reputados incombustibles, y decían: “Están perfectamente seguros”. Pero estos edificios fueron consumidos como la pez. Las bombas contra incendio no pudieron impedir su destrucción. Los bomberos no podían hacer funcionar sus máquinas.—Joyas de los Testimonios 3:281-282 (1909). {EUD 98.4}


 

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