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  • Ellen G. White

#86 El regreso de Cristo — 2 de 2


De las cuevas, escondrijos y calabozos

En las fortalezas de las montañas, en las cuevas y guaridas de la tierra, el Salvador revela su presencia y su gloria. {EUD92 281.1}


Un poco más de tiempo, y el que ha de venir vendrá y no tardará. Sus ojos, como llama de fuego penetran en las prisiones bien custodiadas para buscar a los que están ocultos, porque sus nombres están escritos en el libro de vida del Cordero. Esos ojos del Salvador están por encima de nosotros, a nuestro alrededor, y ven toda dificultad, disciernen todo peligro, y no hay lugar donde no puedan penetrar, no hay aflicciones o sufrimientos de su pueblo que escapen a la simpatía de Cristo... {EUD92 281.2}


El hijo de Dios quedará aterrorizado ante la primera visión de la majestad de Jesús. Sentirá que no podrá vivir ante su sagrada presencia. Pero al igual que Juan, oye decir: “No temas”. Jesús colocó su mano derecha sobre Juan y lo levantó del suelo. Así también hará con sus hijos leales que confían en él.—A Fin de Conocerle, 362 (1886). {EUD92 281.3}


Los herederos de Dios han venido de buhardillas, chozas, cárceles, cadalsos, montañas, desiertos, cuevas de la tierra, y de las cavernas del mar.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 708 (1911). {EUD92 281.4}


De los profundos océanos, de las minas y montañas

Cuando Cristo venga para reunir consigo a los que han sido fieles, resonará la última trompeta y toda la tierra la oirá, desde las cumbres de las más altas montañas hasta las más bajas depresiones de las minas más profundas. Los muertos justos oirán el sonido de la última trompeta, y saldrán de sus tumbas para ser revestidos de inmortalidad y para encontrarse con su Señor.—Comentario Bíblico Adventista 7:921 (1904). {EUD92 281.5}


Me explayo con placer en la resurrección de los justos, quienes saldrán de todas partes de la tierra, de las cavernas rocosas, de los calabozos, de las cuevas de la tierra, de la profundidad de las aguas. Nadie es pasado por alto. Todos oirán su voz. Se levantarán con triunfo y victoria.—Carta 113, 1886. {EUD92 282.1}


¡Qué escena presentarán estas montañas y cerros [en Suiza] cuando Cristo, el Dador de la vida, llame a los muertos! Vendrán de las cavernas, de los calabozos, de los pozos profundos, donde sus cuerpos han sido enterrados.—Carta 97, 1886. {EUD92 282.2}


Los impíos son muertos

En la loca lucha de sus propias desenfrenadas pasiones y debido al terrible derramamiento de la ira de Dios sin mezcla de piedad, caen los impíos habitantes de la tierra: sacerdotes, gobernantes y el pueblo en general, ricos y pobres, grandes y pequeños. “Y los muertos por Jehová en aquel día estarán tendidos de cabo a cabo de la tierra; no serán llorados, ni recogidos, ni enterrados”. Jeremías 25:33 (VM). {EUD92 282.3}


A la venida de Cristo los impíos serán borrados de la superficie de la tierra, consumidos por el espíritu de su boca y destruidos por el resplandor de su gloria. Cristo lleva a su pueblo a la ciudad de Dios, y la tierra queda privada de sus habitantes.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 715 (1911). {EUD92 282.4}


Para el pecado, dondequiera que se encuentre, “nuestro Dios es fuego consumidor”. Hebreos 12:29. En todos los que se sometan a su poder, el Espíritu de Dios consumirá el pecado. Pero si los hombres se aferran al pecado, llegan a identificarse con él. Entonces la gloria de Dios, que destruye el pecado, debe destruirlos a ellos también.—El Deseado de Todas las Gentes, 82-83 (1898). {EUD92 283.1}


La gloria de su rostro, que es vida para los justos, será fuego consumidor para los impíos.—El Deseado de Todas las Gentes, 552 (1898). {EUD92 283.2}


La destrucción de los impíos es un acto de misericordia

¿Podrían acaso aquellos cuyos corazones están llenos de odio hacia Dios y a la verdad y a la santidad alternar con los ejércitos celestiales y unirse a sus cantos de alabanza? ¿Podrían soportar la gloria de Dios y del Cordero? No, no; años de prueba les fueron concedidos para que pudiesen formar caracteres para el cielo; pero nunca se acostumbraron a amar lo que es puro; nunca aprendieron el lenguaje del cielo, y ya es demasiado tarde. Una vida de rebelión contra Dios los ha inhabilitado para el cielo. La pureza, la santidad y la paz que reinan allí serían para ellos un tormento; la gloria de Dios, un fuego consumidor. Ansiarían huir de aquel santo lugar. Desearían que la destrucción los cubriese de la faz de Aquel que murió para redimirlos. La suerte de los malos queda determinada por la propia elección de ellos. Su exclusión del cielo es un acto de su propia voluntad y un acto de justicia y misericordia por parte de Dios.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 598 (1911). {EUD92 283.3}


¡Rumbo al hogar!

Los justos vivos son mudados “en un momento, en un abrir de ojo”. A la voz de Dios fueron glorificados; ahora son hechos inmortales, y juntamente con los santos resucitados son arrebatados para recibir a Cristo su Señor en los aires. Los ángeles “juntarán sus escogidos de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro”. Santos ángeles llevan niñitos a los brazos de sus madres. Amigos, a quienes la muerte tenía separados desde largo tiempo, se reúnen para no separarse más, y con cantos de alegría suben juntos a la ciudad de Dios.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 703 (1911). {EUD92 284.1}


Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar de vidrio.—Primeros Escritos, 16 (1851). {EUD92 284.2}


Cuando el carro ascendía, las ruedas exclamaban: “¡Santo!” y las alas, al batir, gritaban: “¡Santo!” y la comitiva de santos ángeles que rodeaba la nube exclamaba: “¡Santo, santo, santo, Señor Dios Todopoderoso!” Y los santos en la nube cantaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!”—Primeros Escritos, 34 (1851). {EUD92 284.3}


¡Oh, cuán glorioso será verle y recibir la bienvenida como sus redimidos! Largo tiempo hemos aguardado; pero nuestra esperanza no debe debilitarse. Si tan sólo podemos ver al Rey en su hermosura, seremos bienaventurados para siempre. Me siento inducida a clamar con gran voz: “¡Vamos rumbo a la patria!”—Joyas de los Testimonios 3:257 (1904). {EUD92 284.4}


Los ángeles cantan: ¡Cristo ha vencido!

En aquel día los redimidos resplandecerán en la gloria del Padre y del Hijo. Tocando sus arpas de oro, los ángeles darán la bienvenida al Rey y a los trofeos de su victoria: los que fueron lavados y emblanquecidos en la sangre del Cordero. Se elevará un canto de triunfo que llenará todo el cielo. Cristo habrá vencido. Entrará en los atrios celestiales acompañado por sus redimidos, testimonios de que su misión de sufrimiento y sacrificio no fue en vano.—Joyas de los Testimonios 3:432 (1909). {EUD92 284.5}


Con amor inexpresable, Jesús admite a sus fieles “en el gozo de su Señor”. El Salvador se regocija al ver en el reino de gloria las almas que fueron salvadas por su agonía y humillación.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 705 (1911). {EUD92 285.1}


Cristo contemplará entonces su recompensa en los resultados de su obra. En aquella gran multitud que no podrá ser contada por ningún hombre, presentada “irreprensible delante de la presencia de su gloria con gozo extremado”. Aquel cuya sangre nos ha redimido y cuya vida ha sido para nosotros una enseñanza, “verá el fruto del trabajo de su alma, y quedará satisfecho”.—La Educación, 298 (1903). {EUD92 285.2}


Los santos reciben coronas y arpas

Vi después un gran número de ángeles que traían de la ciudad brillantes coronas, una para cada santo, cuyo nombre estaba inscrito en ella. A medida que Jesús pedía las coronas, los ángeles se las presentaban y con su propia diestra el amable Jesús las ponía en la cabeza de los santos.—Primeros Escritos, 288 (1858). {EUD92 285.3}


En el mar de vidrio, los 144.000 formaban un cuadrado perfecto. Algunas coronas eran muy brillantes y estaban cuajadas de estrellas, mientras que otras tenían muy pocas; y sin embargo, todos estaban perfectamente satisfechos con su corona.—Primeros Escritos, 16 (1851). {EUD92 285.4}


La corona de vida será brillante u opaca, relucirá con muchas estrellas, o será iluminada con unas pocas gemas, de acuerdo con nuestro proceder.—Comentario Bíblico Adventista 6:1104 (1895). {EUD92 286.1}


En el cielo no habrá ningún salvado con una corona sin estrellas. Si entráis allí, habrá algún alma en las cortes de gloria que ha entrado por vuestro intermedio.—ST Junio 6, 1892. {EUD92 286.2}


Antes de entrar en la ciudad de Dios, el Salvador confiere a sus discípulos los emblemas de la victoria, y los cubre con las insignias de su dignidad real. Las huestes resplandecientes son dispuestas en forma de un cuadrado hueco en derredor de su Rey... Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia diestra la corona de gloria... A todos se les pone en la mano la palma de la victoria y el arpa brillante. Luego que los ángeles que mandan dan la nota, todas las manos tocan con maestría las cuerdas de las arpas, produciendo dulce música en ricos y melodiosos acordes... Delante de la multitud de los redimidos se encuentra la ciudad santa. Jesús abre ampliamente las puertas de perla, y entran por ellas las naciones que guardaron la verdad.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 703-704 (1911). {EUD92 286.3}

 

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